3 sept 2016

GUSTAVO FONTAN:

EL DÍA, LA NOCHE, Y LA SOMBRA DE UN LIMONERO A ORILLAS DEL PARANÁ

Gustavo Fontán, uno de los cineastas más sólidos surgidos de la independencia, y autor de obras como “La casa”, “La madre”, “La orilla que se abisma” y “El rostro”, presenta “El limonero real”, que abreva en el relato de Juan José Saer.
Saer, dueño de una singular narrativa es todo un desafío para ser transplantado de la literatura a la pantalla, y prueba de ello es su ausencia desde que Nicolás Sarquis, en 1966, presentó “Palo y hueso”, una obra que todavía hoy sigue siendo ejemplo en escuelas de cine.
Igual desafío era traducir “El limonero real” sin traicionar la sustancia que lo había convertido hace más de cuatro décadas en una de las más brillantes obras de Saer, quizás porque como ninguna de las anteriores, se dedicaba a dar cuerpo literario a la percepción.
Una familia del río Paraná espera el último día del año, tres hermanas, sus esposos e hijos, que viven en tres ranchos, a la orilla del río, separados por espinillos, algarrobos y sauces.
Wenceslao intenta convencer a su mujer de ir a la casa de su hermana para la fiesta, pero ella se niega, argumentando que está de luto porque su único hijo, murió hace seis años. 
El ritual se repite con sus hermanas y sobrinas que se movilizan para convencerla, pero ella no acepta la invitación porque insiste, una y otra vez, que el luto se lo impide.

Wenceslao lo observa todo, lo registra con sus ojos: el río, el día y la noche, el baile, el cordero asado, las sonrisas, las miradas, los vasos de vino, pero también por las ausencias.
La vida discurre, como el Paraná, con sus sonidos, sus claroscuros, la profundidad del agua que acompaña los sentimientos tan o incluso más interiores, hay algo que permanece.
Saer en su relato, al igual que Fontan en su interpretación hablan de lo que nos sobrevive, de lo que nos supera porque, finalmente, todos somos apenas protagonistas de un momento.
Con su cine, Fontan demuestra tener esa singular capacidad de dar poesía de cine a relatos que aportan poesía a literario, como ya ocurrió con “La orilla que se abisma”, según la escencia de Juan L. Ortiz.
Asegura Fontan que “Hay en Saer una profunda conciencia de que la poesía surge del “tratamiento especial dado a la materia real”. La escritura se convierte entonces en el arte de “sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen”.
Hay un símbolo de eternidad que supera a una generación y a las siguientes, como testigo de sus alegrías y tristezas, de la vida que nace y la que muere, que es un árbol cargado de limones.
Para el limonero Fontán eligió a Germán de Silva y Patricia Sánchez, Rosendo Ruiz, Eva Bianco, Gastón Ceballos, Rocio Acosta, Carlos Daniel Linches, María de los Angeles Leiva y Micaela Villarruel, para la dirección de fotografía a su habitual colaborador Diego Poleri, para la edición a Mario Bocchicchio y para el sonido a Abel Tortorelli.
-Era todo un desafío lograr que esta historia de luces y sombras pudiera verse en cine...
G.F.: -Si, capturar el movimiento de la luz durante el día, ese cambio minucioso, casi un documental acerca de la luz en una orilla del Paraná y por supuesto eso al servicio de la historia, y en ese sentido la sensibilidad de Diego Poleri para lograr eso es impresionante.
-Tanto en “La orilla...” como en esta, el gran desafío era traducir sin traicionar…
G.F.: -La relación entre un texto y una película es un acto de mucha tensión, por un lado amoroso, un texto que cuando lo leí no entendía lo que estaba leyendo, y por otro lado que cuando uno hace una película debe olvidarse del texto, aunque el texto le de origen debe olvidarse para que la película se cierre sobre sus propias decisiones, porque si no lo hace es una transcripción literal al argumento en esa idea de fidelidad tramposa y equivocada en relación a la trama. Hay una apuesta porque el todo de cierre sobre una decisión para algo vinculado a la novela pero nuevo. Si eso no se da, no hay creación.
-¿Guión estricto, o moldeable al momento del rodaje?
G.F.: -Necesitábamos un guión bastante acotado, a diferencia de todos mis proyectos anteriores, porque hasta ahora no había filamdo nunca en semanas corridas. Siempre por decisión que me es útil al cine que pienso, se empieza en un momento y se termina en otro distante y en los paréntesis uno piensa. Había un guión más acotado, pero abierto a las contingencias climáticas, con un plan, una estrategia pero con algo que nos iba a aportar el espacio, la luz, los rostros elegidos. Dentro de ese plan había algo por descubrir y ese aporte deja marcas y sin esas marcas la película se debilitaba.
-Tus obras se muestran conectadas, algunas más que otras...
G.F.: -Creo que hay una continuidad de búsquedas. Siento que una obra se construye en una dinámica que tiene que ver con una persistencia que se renueva y resignifica todo el tiempo. El desafío es cómo continuar con una búsqueda y por otro cómo revitalizarla y correla de lugar. Siento que eso se da y que hay un profundo contacto con Saer, qué es que él se hace una pregunta cuando empieza a escribir que es “¿qué significa narrar?”. Para un artista una pregunta necesaria porque te permite romper con lo establecido, pensar desde dónde vas a hacerlo. El dice: “Mi decisión es romper las fronteras entre narrativa y poesía” y sus novelas son eso, textos que descomponen la idea de narrativa tradicional. Siento conexión con esa idea.
-¿Cómo es el paso de un filme a otro…?
G.F.: -Con cada nueva película estamos obligados a pensar por el lenguaje. No hay un saber hecho para siempre, Hay algo que nos permite saber cómo hacer materialmente como gaarantía de algo, pero estamos todo el tiempo repensando qué es el lenguaje de cine, que además debe prestar atención a cómo se debe narrar, quienes deben actuar…
-No es nada fácil...
G.F.: -A los chicos que estudian cine les cuesta mucho romper esos principios de cómo se hace una película y los principios de éxito vinculados a esa cuestión. Tenemos una gran responsabilidad en la medidad que entendemos que el cine es arte, y que los saberes definitivos no son parte nunca de algún criterio artístico aceptable y posible.
-Te interesa la simbiosis que se da entre literatura y poesia en esa zona geográfica…
G.F.: -Hay algo narrativo en esos versos largos de Juan L., Saer, Manauta, Calveira, que interesante esa zona del litoral, cómo dio este conjunto de autores que trabajaron profundamene sobre el paisaje pero no hicieron literatura paisajista-costumbrista, se apartan con un universo propio, a partir de algo que preexiste, y que va a seguir existiendo después..
- La idea del limonero de Saer…
G.F.: -Hay algo que permanece, y el río sobre todo, ese devenir del tiempo, ese suceder que está antes y después que nosotros. Lei la novela cuando era estudiante de Letras, y la experiencia fue inolvidable, pero yo no conocía la zona del río. Cuando mucho después lo conozco y trabajo en él, en “La orilla...” y “El rostro”, hay algo de la unión de esas lecturas y ese mundo que empuieza a configurar una posibilidad de imagen. Cuando llego a filmar conozco la luz como si fuese la luz en la que he vivido siempre, la tierra, los rostros, los conozco como si fuesen parte de mi vida profundamente. Solo por esa posibilidad de aprehender esos elementos es que me animé a hacer tomando una novela tan compleja como esta.