10 nov 2012

LEONARDO FAVIO

“Adónde irás con este sol” fue el título del tema musical de Juan Moreira, en versión de Leonardo Favio. Con ese coro, voces que parecen entonar un himno, aquel personaje un poco real, mucho de mito, alcanzaba la gloria destinada a los antihéroes. Para muchos, aquel Moreira estaba inspirado en las contradicciones que el mismo actor, cantante y director de cine habría vivir casi en simultáneo, uno de los muchos protagonistas de los sangrientos enfrentamientos que marcaron a fuego a todos los argentinos –como los de Ezeiza, a la vuelta de Juan Domingo Perón del exilio-, que prologaron otros todavía más oscuros. Ese Favio, que supo tocar el cielo con la punta de los dedos primero como actor, después como director y al mismo tiempo como compositor y cantante, murió el lunes 5 de noviembre, a los 74 años, victima principalmente de un largo cuadro de polineuritis y algunas complicaciones que lo fueron comprometiendo su sistema nervioso en la última década. Fuad Jorge Jury, ese era su verdadero nombre y apellido, había nacido en un barrio pobre de Luján de Cuyo en Mendoza, en 1938. Siendo casi un niño, y por delitos menores, estuvo encerrado por algún tiempo en un reformatorio. Más tarde, en Buenos Aires, probó suerte como seminarista y como cadete en la Armada, caminos que abandonó apenas recorridos. Dicen que con el uniforme del entonces aspirante a formar parte de la marina, marchó a la zona de Retiro donde sobrevivió a fuerza de pedir monedas. De nuevo en su provincia, y gracias a su madre, escritora de radioteatros, comenzó a incursionar él mismo como guionista e intérprete. A finales de la década del 50, Favio debutó en cine. Fue como extra en El ángel de España, protagonizada por Pedrito Rico, que dirigió Enrique Carreras, no obstante su primer papel importante lo tuvo en El secuestrador, de Leopoldo Torre Nilsson, ambientada en un barrio suburbano precario. Fue el impulso de Torre Nilsson que le permitió dirigir El Sr. Fernández (1958), su primer corto. Su carrera como actor de reparto continuó con un papel significativo de El jefe (1960), de Fernando Ayala, En la ardiente oscuridad (1959), de Daniel Tinayre, protagonizada por Mirtha Legrand, y Todo el año es navidad (1960), de Román Viñoly Barreto. Sin embargo, el impulso definitivo llegaría de la mano de Torre Nilsson, quien volvió a convocarlo para dos títulos que habrían de trascender aquí y en el exterior, como Fin de fiesta (1960) y La mano en la trampa (1961), años que coincidieron con El amigo (1960), su segundo trabajo corto. La demanda le impedía lanzarse a tiempo completo en la dirección, pero tuvo paciencia. Desde entonces, en paralelo al nacimiento de la conocida como Generación del 60, su carrera delante de cámaras no le dio respiro: Los venerables todos (1962), de Manuel Antín; El bruto (1962), de Ruben W. Cavallotti; Dar la cara (1962), de José Martínez Suárez, Paula cautiva (1963), nuevamente con Ayala y La terraza (1963), El ojo que espía (1966) y Martín Fierro (1968), las tres con Torre Nilsson, que dieron paso a sus trabajos ya como actor y cantante en Fuiste mía un verano (1969), de Eduardo Calcagno y Simplemente una rosa (1971), de Emilio Vieyra. Sin embargo, su consagración como artista llegó, desde 1964 en paralelo con la labor como actor, cantante, y director de prestigio, ya sea por el aplauso de la crítica como por el del público, cada vez más masivo. Su debut fue con Crónica de un niño sólo (1964), un ejemplo de genuino cine independiente de aquellos años en los que hacer cine con estas características era toda una proeza. A esta seguirían El romance del Aniceto y la Francisca (1967). Cuenta la historia que para conseguir las ofrendas florales suficientes como para filmar el velatorio del boxeador protagonista de Gatica, el mono en el Luna Park, recurrió a los deudos del actor Claudio Levrino, tras el accidente que le costó la vida, quienes le cedieron las coronas que de a montones había acercado a la casa de sepelios. Favio era así, un chico de la calle grande, hábil, buscavidas, un poco mentiroso, seductor, que se hizo director, lo confesaba, por el simple hecho que poder seducir a Bárbara Mugica, que aprendió de Leopoldo Torre Nilsson a decir “luz, cámara, acción” y mucho de estética, que pudo con la vida, a pesar de que la vida se encargó de pegarle unos cuantos golpes bajos. El filme, con claras referencias a su propia infancia que incluyó pasajes dolorosos en reformatorios, tuvo un inmediato aval de la crítica especializada y sirvió de toque de atención a los amantes del cine. En esa época comienza su carrera como cantante, obteniendo una fuerte respuesta popular y masiva con temas propios y ajenos que se convirtieron en éxitos del momento como "Ella ya me olvidó", "Fuiste mía un verano" y "Para saber lo que es la soledad" (“Tema de Pototo”, de Luis Alberto Spinetta). “Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza, y unas pocas cosas más”, es el título completo de la segunda película de Favio, que estrenó en 1967. Adaptación del cuento “El cenizo”, de su hermano Jorge Zuhair Jury, esta segunda película tuvo como figuras principales a Federico Luppi (su primer protagónico en el cine), Elsa Daniel, María Vaner y al hasta entonces locutor Edgardo Suárez. La película recibió los ocho de premios de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina y es considerada, por buena parte de la crítica local, como una de las mejores de su filmografía. La tercera, y cierre de aquella trilogía fue "El dependiente", casi un "a puertas cerradas" con insuperables trabajos de Graciela Borges, y el recordado actor uruguayo Walter Vidarte. En 1967 se une a María Vaner, con quien convivió hasta 1973, actriz que debió marchar al exilio en 1974 con los dos hijos de ambos, luego de ser amenazada por la Triple A. Favio siguió el camino de Vaner, a partir del establecimiento de la dictadura militar en 1976, pero no fue a España como su ex mujer sino que se estableció en Colombia, vinculándose sentimentalmente con Carola, su segunda esposa. En 1972 fue invitado por Juan Domingo Perón a acompañarlo en el chárter que lo regresaría a la Argentina tras su largo exilio el 17 de noviembre. Con la vuelta a la democracia en 1973, y en coincidencia con su activa militancia política que volvía al primer plano, Favio lanzó la que se convertiría en su una suerte de obra cumbre, “Juan Moreira”, estrenada el 25 de mayo de ese año. Inspirada en el relato homónimo de Eduardo Gutiérrez, pero con la impronta de su hermano Zuhair Jury y la locura que él mismo le aportó pudo contar la historia de este antihéroe y su relación con la política, la violencia y la muerte. El tema, encarado esta vez en colores, con un diseño de producción que mostraba claramente su pasión por los relatos nacionales y populares, con una memorable actuación de Rodolfo Bebán, convirtieron a la película en un éxito de más de dos millones de entradas. En junio de 1973 fue designado para conducir el acto del retorno definitivo de Perón a la Argentina, el 20 de junio, que derivó en un enfrentamiento armado entre diferentes corrientes conocido como la Masacre de Ezeiza, en el que el artista intentó detener la violencia, sin conseguir su propósito de detener la tragedia que lo marcó a fuego. En 1975 estrenó “Nazareno Cruz y el lobo”, inspirado en una radionovela del escritor Juan Carlos Chiappe, película con la que llegó a la cumbre del éxito. Si bien no existe un registro exacto de los espectadores que la vieron, se sigue considerando al filme de Favio protagonizado por Juan José Camero y Alfredo Alcón, como el más taquillero de la historia del cine nacional, superando incluso a “El santo de la espada” y “El secreto de sus ojos”. Los personajes elegidos por Favio en esta etapa están condenados a un destino trágico, sean míticos, fantásticos, o los reales de “Soñar, soñar”, su película menos vista, en la que reunió a Carlos Monzón con el cantante Gian Franco Pagliaro, estrenada en coincidencia con el golpe militar de 1976. Durante buena parte de la dictadura, Favio emprende su vuelta a la balada romántica, con la que recorrió toda América Latina y con la que logró imponerse en varios países, un paréntesis de cine que se extendió hasta 1987. De esos tiempos son discos como “En concierto en Ecuador” (1978), “Aquí está Leonardo Favio” (1983), “Yo soy” (1985), “Amar o morir” (1987), “Más que un loco” (1988), además de numerosas presentaciones en vivo frente a multitudes. “Gatica, el mono” (1993) lo llevó a la reconstrucción histórica, viajar hasta la década del 50, el momento en que coincidieron el púgil José María Gatica con Juan Domingo Perón, una obra para la que convocó al entonces debutante Edgardo Nieva, reencuentro de Favio con el mejor cine y el éxito. Si bien nació como un encargo, el documental “Perón, sinfonía del sentimiento” (1999) se convirtió en una de sus obras más personales, tanto por el tema y la pasión que implicaba, como por su forma de encarar una historia que parecía inabarcable. El filme fue dedicado a Héctor J. Cámpora, Hugo del Carril, Ricardo Carpani, Rodolfo Walsh y al grupo de trabajadores y estudiantes del Grupo Cine Liberación, que impulsaron Fernando Solanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo. En la última década, y ya con un serio problema de salud (polineuritis) que impedía su fácil movilidad, Favio volvió a la carga con un sueño: el de convertir en ballet cinematográfico a “Aniceto”, tal como se llamó el filme protagonizado por Hernán Piquín, con música de Iván Wyszogrod, que ganó nueve premios Cóndor de Plata. Su último trabajo fue “La buena gente”, uno de los cortos integrantes del grupo de los dedicados al Bicentenario producidos por la Secretaría de Cultura de la Nación. En carpeta Favio atesoraba “El mantel de hule”, una historia en la que incluiría muchas referencias personales relacionadas con su infancia en Mendoza. De todos los grandes creadores de la historia del cine nacional, Favio fue el más genuino y el más identificable, curiosamente también el más exitoso. En su última aparición frente a público al recibir en 2009 los Cóndor de Plata por “Aniceto” predijo: “Nadie podrá decir de mí que fui un desagradecido”, y lo demostró agradeciendo el presente político y cultural de la Argentina“. Se lo va a extrañar.

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