10 jun 2011

DOBLAJE: AHORA VIENEN POR EL IDIOMA

En los últimos tiempos, las empresas distribuidoras norteamericanas y sus subsidiarias de la exhibición, vienen prefiriendo para los territorios de habla hispana, el estreno de muchas de sus películas, preferentemente las destinadas a público infantil y adolescente, a veces algunas para más grandes del tipo “acción-aventuras” dobladas a un español que suele ser neutro. La práctica generalizada de esta variante, retrógada, no puede ser interpretada más que de dos formas. La primera es la que obedece a la regla, ya enunciada por el historiador y crítico cinematográfico argentino Domingo Di Núbila en más de una oportunidad, que tiene que ver con la instalación de la idea de que en solo en los grandes centros urbanos el público está capacitado para la lectura de los subtítulos en forma rápida y que la gente del interior no. Se trata de una decisión discriminatoria, ya que las películas así subvaluadas se convierte en mero soportes de historias que, convengamos, el cine hollywoodense viene cada vez produciendo más con formato de espectáculos circense (o “de feria”, como ya habían adelantado los hermanos Lumiere al hacer sus primeras presentaciones del cinematógrafo en París) y menos materia para su intelectualización. Este motivo es estrictamente comercial y por lo tanto responde solo a la consideración de “producto” que cada vez con mayor fruición la industria hollywoodense hace del cine. La segunda interpretación es más compleja, y tiene raíces ideológicas. Se necesita, al menos, un amplio conocimiento de la historia del cine para este tipo de análisis. En los últimos días se han publicado algunas notas al respecto absolutamente vacías de contenido o de análisis serio que permitan interpretar el tema del doblaje como todo lo contrario a lo que se pretende.
En la feroz dictadura implantada por Francisco Franco en España, tras su irrupción política a mediados de la década del 30 en España, el nazionalismo impuso al español como única lengua. Todos los idiomas regionales, incluso los de los países internos (ya sean los vascos o catalanes) fueron abolidos. La dictadura impuso ese único idioma con un fin no necesariamente nacionalista como se pretendía sino como una feroz forma de controlar a la población. No es curioso que en tiempos que las escuelas tanto públicas como privadas hayan instalado al inglés como segundo idioma, se intente desde el cine, un medio de penetración cultural importantísimo, limitar al espectador, sobre todo al joven, de la posibilidad de práctica que significa ver películas una y otra vez en un idioma que se pretende incorporar, casi como ocurría en tiempos que era común ver revistas como Speak Up, que venía acompañadas de películas en idioma original pero sin subtítulos, para incentivar precisamente la práctica. Los DVDs permitieron poner o sacar los subtítulos. Esta flexibilidad permite, a quien quiera, escuchar la película como se le antoje y leer los subtítulos incluso en otros idiomas.
Porqué entonces el cine debe perder las voces originales (las de los actores que son sustanciales en una actuación) y reemplazarlas por otras que se repiten hasta el cansancio con otros rostros en diferentes películas? Porque es necesario convertir al cine en un espectáculo pura diversión, en circo, y de esa forma ir minando la posibilidad de comprensión y análisis del espectador, desde muy chico.
Es famoso el caso de Mogambo, muchas veces recordado como emblemático, en donde se pretendió forzar la trama evitando mostrar un adulterio, convirtiendo a marido y esposa en hermanos, es decir ¡hermanos incestuosos! que pasó a la historia. El uso del doblaje en el franquismo no fue un método de control sobre el pueblo, que se acostumbró a duras penas a esa práctica pero que en los últimos tiempos ha pegado un giro totalmente inverso: casi nadie quiere ver cine doblado. Lo ridículo es que hasta las películas de habla hispana, por ejemplo las argentinas, eran dobladas por esta disposición.
Cabe recordar que la decisión de Franco tuvo como modelo la ley de defensa del idioma dictada poco antes por otro dictador, Benito Mussolini en Italia.
Esta ley, adoptada en Italia, Alemania, Francia y España, tenía dos claros fines políticos: uno el nacionalismo a través de la identidad lingüística y, de forma más sutil, el control a través de la censura de las ideas extranjeras que podrían ser ajenas a los intereses nacionales. Una variante de este segundo es el que cine norteamericano pretende imponer.
A la política imperialista se opone la comunicación libre. La comunicación monopólica, es decir la corporativa no implica mayor peligro al sistema, todo lo contrario, miente a su favor, y generalmente trata de imponer su mentira como verdad absoluta. Los titulares de los diarios y sus respectivas bajas, que por lo general desvirtúan los contenidos con fines políticos son un claro ejemplo de “doblaje de la información”. Aquel que no conoce el idioma, o se la ha olvidado (el idioma de los medios) solo entenderá las cosas al pie de la letra y en consecuencia comerá mentira por verdad. En la medida que menos facilidad tenemos para comprender lo que nos dicen en otros idiomas, más vamos a agrandar la brecha que existe entre el mundo informado y el desinformado.
Recuerda el crítico cinematográfico español Diego Galán en su artículo “Los nombres extranjeros de hoteles, restaurantes o salas de cine fueron obligatoriamente cambiados por equivalentes «nacionales». Y así, poco a poco, se llegó a la ya citada orden de 23 de abril de 1941, que rezaba en su famoso apartado 8.º: «Queda prohibida la proyección cinematográfica en otro idioma que no sea el español, salvo autorización que concederá el Sindicato Nacional del Espectáculo, de acuerdo con el Ministerio de Industria y Comercio y siempre que las películas en cuestión hayan sido previamente dobladas. El doblaje deberá realizarse en estudios españoles que radiquen en territorio nacional y por personal español».”
Lo que se pretende es sacudir al cine nacional. Dicho rápido: sui hay películas norteamericanas habladas en español, ¿para que ir a ver las argentinas?
“El cine español –continúa Galán- desde entonces, no pudo ya plantar cara a la competencia del cine norteamericano. Si hasta entonces los subtítulos habían desanimado a numerosos espectadores que preferían las películas de su país por estar habladas en su propia lengua, el doblaje obligatorio igualó a todas ellas, provinieran de donde fuese. Muchos son los historiadores que consideran que la promulgación de esta orden constituyó el principio del fin de una industria tan popular como lo había sido durante los años de la II República.”
Es decir no se trata de una medida nacionalista, sino todo lo contrario: “…el doblaje obligatorio no significó sólo el regalo del idioma a las películas extranjeras, ni el destrozo artístico que significa suprimir las voces originales de los intérpretes, sino un medio perverso para ampliar las largas garras de la censura. Es sabido que el doblaje permitió que los censores camparan a sus anchas al concederse ellos mismos el depravado privilegio de alterar las películas, trastocando los diálogos o escribiéndolos de nuevo.”
En 1949, el año en que Hollywood se empezó a preocupar por la penetración de los cines de habla hispana en competencia con su industria floreciente tras la guerra, en la Argentina se veían 46 largometrajes españoles en tanto que en España 45 argentinos, aquí se veían 86 películas mexicanas mientras exportábamos a esas tierras 129. Una barbaridad que el imperio no podía permitir, no obstante era impensable ver en cines películas norteamericanas habladas en español. Sesenta años después, el imprerio contraataca.