24 nov 2009

Apropósito de festivales: San Sebastián, Biarritz y... Mar del Plata

1.San Sebastián 2009
La crisis llegó a España, o mejor dicho a toda Europa. El festival de San Sebastián no fue ajeno a esta coyuntura que tanto da que hablar en los últimos tiempos. El coletazo final del gobierno de George W. Bush se ve día a día en algunos medidores que, quien viene siguiendo la realidad de aquel país en los últimos años lo detecta y bastante rápido. Si bien ya en la anterior entrega del festival donostiarra hubo un toque de atención acerca de cómo la realidad económica podía notarse en la ciudad más exquisita de la península, esta edición de 2009 fue mucho más clara. El festival tuvo alguna caída de esponsoréo. Por ejemplo la Fundación Altadis (que depende de la empresa que fabrica los cigarrillos Ducados) se abrió tras una larga unión con la muestra. Su aporte fue reemplazado por el de La Caixa, pero aún así la baja

sustancial en el total a invertir significó, por ejemplo, que el festival no comenzara un jueves sino un viernes, y que por ejemplo no se realizarán ni encuentro de apertura, ni gran fiesta de cierre. Cabe recordar que en las dos entregas inmediatas anteriores su uso como escenario el gran palacio Miramar, por el que corrieron cientos de litros de todo tipo de bebidas, y comidas exquisitas desde el anochecer hasta poco menos del amanecer. Varios cientos de invitados colmaban los salones, bailaban y se divertían a lo grande en jardines que balconean nada menos que la famosa Concha, sobre el Adriático. Esta vez, la fiesta brilló pero por su ausencia. Parece que lo signos de los tiempos que corren tienen que ver con un proceso de recesión que, es de esperar, al menos no avance.

Ajustes
En cuanto a despliegue escénico, se notó un poco menos de inversión, no obstante dos alfombras rojas, como la vez anterior, en coincidencia con la reinaguración del teatro Victoria Eugenia, fueron centro noche a noche del desfile de invitados de todas las películas en competencia, así como de los importantes de la paralela Zabaltegi y de las funciones especiales y homenajes, que fueron centro de atención de fotógrafos y cámaras de TV locales y del resto de Europa. Argentina es, después de la misma España, quien más atención presta a este festival, con un gran número de periodistas acreditados (ocho medios este año).
Estrellas, si, las hubo. En el primer día estuvieron Brad Pitt y Quentin Tarantino presentando, Bastardos sin gloria, pero no fueron los únicos previstos. Pasemos revista: Laurent Cantet, presidente del jurado oficial, secundado por John Madden y Samira Makhmalbaf, el canadiense Atom Egoyan, que estuvo presente en la competencia con Chloe, su última propuesta, un verdadero fiasco. También se los vio a Maribel Verdú, ganadora del Premio Nacional de Cinematografía, un día después a Antonio Skarmeta, Ricardo Darín y al director de la película que los reunió, El baile de la victoria, el prolífico aunque desparejo Fernando Trueba, a François Ozon, que cada vez hace menos honor a la calidad de sus primeras películas, esta vez con Le refuge, protagonizada por Louis-Ronan Choisy e Isabelle Carre, más argentinos, en este caso Juan José Campanella y Soledad Villamil, que se sumaron al primer arribado Darín y al local Javier Godino, por El secreto de sus ojos, que se convirtió en el film más elogiado por el público y los críticos españoles presentes en la muestra, no obstante no se llevaría premio alguno,

Chiara Mastroianni y Christophe Honoré, por Making Plans for Lena, que paso sin pena ni gloria. No ocurrió lo mismo con la espléndida superproducción china Ciudad de vida y muerte, una verdadera sorpresa para un país del que en occidente no se conoce su producción cinematográfica.
Get Low, es una producción norteamericana que deviene, seguramente, de algún compromiso no público. Una de las razones, seguramente, es la presencia del cine norteamericano con una película no particularmente de sello independiente a ultranza, ya que cuenta con la presencia de Robert Duvall. Aún así, su hechura es de acuerdo al molde de las películas de Hallmark la hizo inviable a la hora del reconocimiento público, de la crítica y del jurado a la hora de los premios. Todo lo
contrario de Hadjewich, de Bruno Dumont, una película cuidadosamente
elaborada acerca de los fanatismos, para el caso el cristiano o el musulmán,

llevados a últranza. El director de obras memorables como El empleo del tiempo logró un film que va de lo conmovedor a lo exasperante, un desafío a la quietud del espectador, que se ve sacudido no solo por el estruendo sino por lo que se esconde, en silencio, por detrás, y tiene que ver con la locura, otro de los signos de los tiempos que corren.
Yo, también, la película que tiene como eje a un treintañero con síndrome de down y su posibilidad de vivir como cualquier otro sin esa problemática, conmovió al público y, evidentemente, al jurado, que premio esa actuación de un auténtico down por encima del resto de los actores que interpretaban papeles bien diferentes a sí mismos. Es evidente de que se trató más de un premio “al ser down” que “al interpretar a un down”, y eso, por más positiva que pueda leerse la película por el público bienpensante, no es del todo serio para un jurado de festival de cine. Alla ellos.
La mujer sin piano es una típica película de esas que solo pueden funcionar bien en festivales. La historia con eje en una mujer que de buenas a primeras cambia de identidad y, es posible, de personalidad, es un cuento que ya ha sido abordado en diversas películas. Casi un ejercicio de escuela de cine, la película de Javier Rebollo no pasa de ser un producto prolijo pero demasiado esquemático, y con final abierto. Nada nuevo bajo el sol.
Y finalmente llegó otro fiasco, en este caso un producto de múltiples nacionalidades, aunque finalmente se trate de una película catalana. Los condenados, de Isaki Lacuesta, cuenta la reunión de un grupo de ex guerrilleros del norte argentino, en el mismo lugar en el que vivieron un momento clave su clandestinidad, y qué es lo que ocurre en cada uno de ellos a la hora de revelar la verdad que cada uno sabe y expone crudamente aquello hechos. Lástima que los directores piensen que se puede generar esos enfrentamientos con situaciones algo burdas. Una pena, además, el grupo de actores convocados: Arturo Goetz, Daniel Fanego, Leonor Manso y Nazareno Casero, entre otros, sometidos a diálogos confusos, que solo hablan de la confusión de los autores metidos con un tema que, por lo visto, los excede y mucho.
Como casi siempre ocurre, el resto de las secciones reunió una considerable cantidad de buenas propuestas, algunas vistas en festivales que ocupan posiciones anteriores en el calendario de festivales de primera “A”, igual categoría que luce el ubicado en la costa vasca peninsular.
En las paralelas se vieron, por ejemplo, las argentinas Francia, de Israel Adrián Caetano, con Natalia Oreiro, que lució –y brilló-como una diva (a estas alturas ya es una, me atrevo a decir) por la alfombra roja y el mismo día de la entrega de los palmares, donde se llevó una mención especial para su película, la

historia de un matrimonio divorciado forzado por las circunstancias a convivir, observado desde la mirada de su pequeña hija, autodefinida como Gloria, e interpretada con extrema soltura por Milagros Caetano, hija del realizador. También en los alrededores se vió La invención de la carne, una nueva experiencia del cine indie argentino, que reitera esquemas ya vistos, que no parecen tener demasiado sentido pero, al menos no resultan tan fanfarrones como el de otros casos.
¿Qué conclusión puede sacarse del 57° Festival de San Sebastián?. Una muy buena, para tener en cuenta: qué a pesar de las crisis se puede producir un festival como la gente. Muchos dirán “claro, con 6 o 7 millones de euros cualquiera puede hacerlo”. En buen porcentaje es una respuesta válida. Pero hay que aclarar que cualquiera también cualquiera podría despilfarrarlos. Solo con auténtico “rigor profesional” puede hacerse un festival de semejante tamaño. Y es más: gente como la que produce San Sebastián puede hacerlo con esa cifra y hasta quizás con menos. Pero hay que reconocer que si hay algo que caracteriza a los organizadores donostiarras es su rigor profesional, a prueba de crisis, no obstante tienen conciencia que un festival de ese tipo es excusa para promocionar una zona turística precisamente por su alto nivel, promocionar al país que está detrás de ese evento y porque no a sus películas, puesta a competir con otras de diferentes países que son consideradas como las mejores para salir al ruedo. La local La mujer sin piano, por ejemplo, ha competido aquí con Hadjewich y El secreto de sus ojos… no es poco. Ha quedado en claro y también que, seguramente, en 2010 vuelvan aquellos momentos postergados, lo que son para todo público y los que no, esos que permiten a los fotógrafos de las revistas de actualidad sacar unas cuantas fotos de esas que llaman “glamorosas” porque tal y cual fueron sorprendidos por un flash. Un sueño que en España, seguramente, tienen todos los que siguen el cine, cinéfilos, cholulos o gente común, porque para todos ellos están hechas las películas. Y no son pocos.

2.Ahora Biarritz

Hablar de Biarritz es un lujo. Y de la gente que lo hace también. Segundo ejemplo de que las crisis no hacen mella en la calidad de un festival cuando detrás de cámaras hay profesionales. Y aquí el mérito se lo llevan todos los que formaron parte de su staff. En cuanto a la muestra oficial, brilló por homogénea. Aquí se nota, y mucho, la buena mano de Jean-Christophe Berjón, director artístico de la muestra.
Sus diez títulos merecen la pena verse. De la Argentina estuvo Los paranoicos que, no obstante ya con algún tiempo encima, sigue atrayendo la atención en especial por el encomiable trabajo de Daniel Hendler. El relato en sí no es lo que se dice guau, peo al menos no es tan tedioso como el de otras propuestas recientes del cine argentino. Será por ese motivo que fue premiada. De nuestros vecinos chilenos sobresalió La nana, una deuda de estreno en Buenos Aires (no obstante se vió en una muestra de cine trasandino realizada en octubre). Su director, Sebastián Silva, demuestra tener en claro que es lo que quiso que su figura central –Catalina Saavedra- transmitiese, y lo consiguió. No fue la única chilena: Ilusiones ópticas, de Cristian Jiménez, rompió con el lenguaje tradicional. La suya es una película con códigos propios, algo que hasta ahora no se había visto en el cine chileno. Se la puede discutir, lo que hay que reconocer es audacia, y eso en un país tan estructurado a fin de cuentas como Chile, es todo un mérito. Del otro loado del Río de la Plata llegó El cuarto de Leo, de Enrique Buchichio, que indaga en la aventura de descubrimiento del personaje de marras, un chico que tiene algunas serias dudas acerca de la vida, y en especial acerca de su sexualidad, y por eso mismo sale a explorarla. En este caso la interpretación, del argentino Marcos Martínez, supera la calidad del cineasta debutante, quien, no obstante, resuelve con buena cintura el desafío. De arriba abajo en el continente, también estuvieron El cuerno de la abundancia, un relato coral del cubano Juan Carlos Tabío, en el que esta vez y a través de una serie de personajes con apellido similar, todos detrás de una supuesta herencia millonaria, cuenta la historia de la Cuba de hoy, que a 50 años de la Revolución, sufre todavía frustraciones que los obliga a emprender caminos insólitos para sobrevivir de una mejor manera. Si, Tabío es un director chapado a la antigua, como aquí lo era Alejandro Doria, pero no cabe dudas de que sabe cómo dirigir a actores, muchos y muy buenos. La película tiene claros referentes de obras corales clásicas, desde Bienvenido Mr. Marshall hasta Esperando la carroza, ambas clásicos de culto en Cuba. Y de todo ese elenco el que se lleva las palmas es Jorge Perugorría, de alguna forma la voz cantante del grupo, el único que puede hablar a cámara es decir al espectador, para compartir con él sus frustraciones y la de su entorno.
La mexicana Mariana Chenillo sorprendió a todos con su opera prima, Cinco días sin Nora. Comedia negra acerca de cómo una mujer judía, depresiva histórica, puede con su suicidio no solo llamar la atención de sus hijos sino también la de su ex marido, quien descubrirá que más allá de aquello que los separó, existen en su corazón motivos suficientes como para seguir amándola. Chenillo maneja a sus personajes como Daniel Burman lo hizo, por ejemplo, en El abrazo partido. Lo hace con humor, sentimientos e incluso nostalgia por lo que no fue. Ella también contó con un gran actor: Fernando Luján (ver Mar del Plata). También hubo dos colombianas. La primera y mejor, La pasión de Gabriel, la historia de un sacerdote para nada convencional, que debe luchar por la gente de su pueblo a pesar de ella misma, y en especial de los enfrentamientos entre quienes no lo ven con buenos ojos, los militares, los paramilitares y los guerrilleros de las Farc, con todas las contradicciones que surgen de esa puja no se sabe muy porqué. Aquí también hay un gran trabajo actoral, en este caso de Andrés Parra.
El otro colombiano es La sangre y la lluvia, que intenta, pero no lo consigue, ser una suerte de Taxi Driver de Medellín, alrededor de Jorge, el taxista, y Angela. Muy buena fotografía nocturna –de Juan Carlos Gil- pero nada que entusiasme demasiado.
Hubo otros dos Films, cada uno con sus particularidades.
Uno: La yuma, de la Francesa Florence Naguey, responsable de este film que rompe con veinte años sin cine en Nicaragua, en este caso el de una boxeadora de extrema pobreza y un estudiante de periodismo, ubicado en un sector social bastante diferente. Un amor que no puede ser por múltiples factores, pero muy especialmente por la diferencia de clases.
Dos: El brasileño Os famosos e os duendes da morte, de Esme Filho, es una suerte de experimento transgresor, acerca de un internauta fanático de Bob Dylan, en un pueblito alemán del Brasil rural, un mundo propio lleno de fantasías, incluso de apariciones que van más allá de la realidad. Un buen ejercicio, algo reiterativo, que sin lugar a dudas llamó la atención.
Entre los cortos, el que sin lugar a dudas se destacó fue el argentino Un juego absurdo, de Gastón Rothschild, que fue parte de Historias breves V, un verdadero hallazgo y la demostración que su director tiene mucho futuro por delante.

2. Y Mar del Plata…

Hace 13 años, cuando el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata volvía a la carga tras un paréntesis de 26, impulsado entonces por Julio Márbiz, un sinfín de críticas agoreras llegaron a poner en duda su realización cuando a mediados de ese mismo año no se conocía la programación, los jurados y mucho menos las grandes figuras que se supone todo festival de categoría “A” (según la Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Films, ahora presidida por el argentino Luis Alberto Scalella) debe mostrar sobre su alfombra roja. El encuentro de cine argentino, que logró ese status hace medio siglo gracias al esfuerzo de la Asociación de Cronistas Cinematográficos, entonces con figuras como Enzo Ardigó, tuvo varios momentos importantes en esta última década, además de los logrados en la etapa refundacional.
Por entonces, lo recuerdo bien porque lo viví desde adentro, muchos definían a Márbiz como el peor de los demonios. Más allá de los juicios de cada uno, yo tengo el mío propio. No voy a juzgar a Marbiz desde un punto de vista ideológico porque no soy quien para hacerlo, solo que a veces coincidía con el respecto a algunas decisiones y otras no, pero siempre, y cuando digo siempre es siempre, se mantuvo ese respeto mutuo, en especial a la hora de reconocer límites. Si me piden un juicio con respecto al Festival, no queda otra que reconocer que lo recuperó, y que en esa tarea frente a la Fiapf, una buena mano se la dio Héctor Olivera, quien siempre tuvo un peso importante en esa entidad. Y también hay que agradecerle el haber reunido a gente que tenía muchas ganas de meterse en la aventura, como Juan Carlos Frugone, Oscar Barney Finn, Nicolás Sarquís y Javier Torre… Ah, y también al que suscribe.
Hay que reconocer además que en todos esos años hubo muy buenos jurados, muy buenas selecciones oficiales, y muchos invitados, así como los principales referentes de esos títulos. Y mucha prensa de todo el mundo. Pero bueno, eso terminó en 1999. Ya en 2000 llegaría Claudio España, con una idea personal del festival que imponía cambiar noviembre por marzo, que no aprovecho, su enfrentamiento en 2002 y su reemplazo por el cineasta jujeño Miguel Pereyra que pudo resistir con mucha dignidad los cinco años que prometió –y cumplió- duraría su paso por ese cargo.
Su gran logro llegó en 2005, cuando logró la meta de hacer oportuno equilibrio entre arte y glamour, tal como en la actualidad se interpreta esta última definición. Y llegó el final.
Pereyra se fue una noche, sin bombos ni platillos, un mes antes de que en el Incaa la gestión de Jorge Alvarez hiciera agua por los cuatro costados
La última idea que tuvo Alvarez antes de dimitir a su cargo como presidente del Incaa, tras una breve y para nada afortunada gestión a finales de de 2007, fue el nombramiento del veterano cineasta José Antonio Martínez Suárez -30 años mayor que su predecesor- al frente de la muestra marplatense. Este aprovechó los últimos cambios del Bafici apenas tomó las riendas del gobierno de Buenos Aires Mauricio Macri, y convocó no sólo a quien lo dirigía –primero había pensado en Sergio Wolf, pero Macri se le adelantó y por eso recurrió a Fernando Martín Peña- sino aceptó que Mar del Plata fuese un clon del festival porteño, confundiendo a locales y extranjeros por igual. El costo del Mar del Plata de 2008 fue muy alto (dicen que superior a los 9.000.000 de pesos) y el resultado fue, a la vista, pobre. Repercursión cero.
Mientras los festivales de igual categoría del mundo se reciclaban, aun las crisis, para no bajar de la calidad alcanzada tanto en prosperidad económica como en materia de cine por mostrar, Mar del Plata entró en un cono de silencio. Tras un achique sustancial en su estructura, en marzo se anunció que la edición que su edición número 24 sería respaldada por un ente tripartito –nacional de parte del Incaa, provincial, a través del Instituto Cultural Bonaerense y, finalmente, de la municipalidad marplatense-, decisión que fue festejada como positiva. Nadie suponía entonces que el calendario electoral patearía el tablero. Mar del Plata contó entonces en firme con los fondos del Incaa destinados desde un principio a esta muestra (alrededor de 2.500.000 pesos, y así fue). Más tarde, aseguraron, que se acoplaban los de provistos por la gobernación y el municipio, en iguales partes. Si estuvieron, no se notaron. Quizás hubiesen servido para traer esa tres o cuatro figuras tan necesarias para la prensa local e internacional.
En el Incaa, la principal preocupación ya era el mercado Ventana Sur, con sede en Harrods. Bien que hacían: Mar del Plata solo tiene pasado, Ventana Sur solo tiene futuro, y allá vamos.
Algunos nombres importantes fueron invitados a “la feliz”, pero la mayoría, a último momento, se excusó. En la conferencia de prensa previa a la muestra, Martínez Suárez leyó una lista de personajes a los que se les había invitado “por mail” (sic), que nunca respondieron.
El listado de 14 películas en competencia no aportó nada significativo nuevo. No obstante fue bueno, mejor que el inmediato anterior. Las dos argentinas, Francia, de Israel Adrián Caetano, venía de participar en Venice Days (donde no compitió) y en San Sebastián, donde apareció en la paralela Horizontes Latinos, donde se llevó una mención de último momento. Vikingo , de Campusano, una nueva transgresora –no obstante muy desprolija- obra del cineasta quilmeño, más tiene que ver con el Bafici que con una muestra como esta. Curioso pero no objetable: recibió una mención especial del jurado. Sincera al ciento por ciento, la obra de Campusano saca partido de la estética de los amantes de las motos, y como bonus excepcional (hay que sacarse el sombrero frente a este cover), La Rockabilera del Sur hace La última copa.
La película elegida para cierre, Talking Woodstock, de Ang Lee, estuvo en Cannes y ya en San Sebastián en una sección informativa. No fue cierre, porque se vió el mismo día de inicio de la muestra. Jaja.
Pero volvamos a la competencia oficial. Digamosló claro: la competencia oficial solo tuvo una película muy sobresaliente, que no es otra que la del palestino Elia Suleiman y se titula El tiempo que queda. Su mirada por cierto corrosiva a los años que van desde su infancia, al mismo tiempo que nacía el Estado de Israel y con este hecho el enfrentamiento exacerbado entre árabes y judíos que tradicionalmente ocupaban esa región, convirtiendo a los primeros en extranjeros en la tierra donde son mayoría, por ejemplo en Nazaret, lugar natal de Suleiman.
El ciclo dedicado a versiones de Georges Simenon, que podría contar con una veintena de títulos, por la estrechez económica solo incluyó cinco y no tuvo libro ad hoc.
Por suerte el catálogo oficial, muy prolijo y completo, estuvo diez días antes del inicio, todo un milagro, y en su transcurso fue presentado el voluminoso (casi mil páginas) Homero Alsina Thevenet, Obras Incompletas Tomo 1, una compilación de los escritos del crítico cinematográfico uruguayo, de acuerdo al trabajo de Fernando Martín Peña, Elvio E. Gandolfo y el también uruguayo Alvaro Buela, una verdadera joyita para entender un poco más la historia de este escriba vehemente, ibsesivo pero también bastante complicado de tratar, por más quen Peña trate de reivindicarlo en su totalidad, de acuerdo a su experiencia personal. De Thevenet se podían aprehender cosas muy buenas y de las otras. Claro está a esta altura del partido, que las segundas solo hay que tomarlas como anecdóticas.
Uno de los aciertos de esta vuelta fue el trailer que acompañó a cada una de las proyecciones. Vale la pena volver a verlo:
Bueno... llegó el momento fatal.
Apertura y cierre. Empanadas y vino, y empanadas y vino, respectivamente. Pero no muchas, solo algunas, las suficientes para conformar a parte de los 1200 asistentes a cada una de las dos noches. Ninguna cara internacional reconocible, un puñado de caras locales reconocibles. La del cierre, como la primera transmitidas en diferido por Canal 7 (a las 23.30 del sábado 14, que solo alcanzó 0.8 puntos de rating, es decir un público de alrededor 400.000 personas) reunió al menos a dos centenares de funcionarios de diferente rango y origen, otros dos centenares de gente afectada a la producción del festival (ya van 400), fuerza vivas locales (casi la misma cantidad y ya tenemos la mitad del Auditórium), algunas figuras del espectáculo invitadas a último momento, los integrantes de los equipos de las películas en competencia que iban a ser reconocidos con algún premio y unos cuantos dones nadies. Hubo presencias sorpresa. Por ejemplo la del ex presidente del Incaa, Jorge Alvarez, y la el ubicuo juez Oyarbide. En el escenario, el conductor de la velada, Lalo Mir, además de recordar el primigenio festival de 1954, no competitivo, y a Juan Perón, dijo algo así como que el General era “un auténtico personaje de cine” y que lo imaginaba a Orson Welles interpretándolo, algo imposible, obviamente, porque el director de El ciudadano murió hace más de dos décadas.
Hubo quien dijo que esa noche se iba a proyectar el corto de la Asociación de Cronistas de Cine, con imágenes rodadas en el festival de 1959, el genuino “primero” y de clase A, organizado por esa entidad, con imágenes nunca antes exhibidas. Por ahora, quienes lo vieron cuatro días antes, como prólogo de la función de Cuando huye el día, en una de las salas del complejo Del Paseo, son los únicos privilegiados. Esa noche el corto faltó a la cita. Era lógico. Era preferible ver a unos mimos bastante monigotes haciendo sus pantomimas en escena que un momento de buenos recuerdos referidos a ese mismo festival.
A decir verdad, no fue ni el cierre ni la fiesta que merecía el Mar del Plata. El jurado, que debió subir a escena para mostrar su peso y su decisión delante del público presente y el que lo veía en sus casas, ni apareció, estaba allí mezclado en la platea que se fue llenando de blancos hasta un final con solo la mitad de asientos ocupados.
Un día antes del comienzo del festival, parecía que el capitán de la nave había piloteado la tormenta. Al menos todo indicaba que la fiesta podía ser importante, no obstante había advertido que la concurrencia no iba a reunir a multitudes de fans. Pero si la nave siguió su rumbo hacia delante no fue por que hubo una mano firme sino porque la marea se calmó, y porque la inercia pudo llevarla hasta el último día. Nada quedó en claro. Ni cual fue el aporte de los socios del Incaa en la aventura, ni cuantos en realidad fueron quienes concurrieron a las salas sin ser periodistas ni invitados, y así poder comparar con ediciones anteriores en las que también, seguramente, se habrán hecho dibujos, pero de lo que no cabe duda es de que hubo colas de espectadores mucho más visibles en más salas y en más días. ¿Alguién recuerda las colas que daban la vuelta a la manzana del teatro Enrique Carreras cuando allí tuvo lugar la primera entrega de Contracampo, la muestra creada por Nicolás Sarquís que se anticipó al Bafici? O las entradas siempre agotadísimas de La mujer y el cine? ¿Alguien recuerda cuando en un mismo festival estuvieron Juliette Binoche, Tim Robbins, Susan Sarandon, Michael Winterbottom y Abel Ferrara, y que los diarios les dedicaban tapas y cientos de centímetros? No fue hace tanto, pero había otra idea de festival. Parece que de aquello hubiese pasado un siglo, pero no es así.
Mar del Plata esta tan en crisis como su festival. Es un festival que esta vez cumplió 50 de su inicio, de los cuales 26 estuvo en coma profundo. No se sabe qué ocurrirá con su vida después de Ventana Sur. Nadie todavía ha lanzado pista alguna. Pero está claro: su vida pende de un hilo.