16 ago 2009

57° Premios Cóndor de Plata al Cine Nacional


El lunes 10 de agosto, la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, que me toca en este capítulo de su historia conducir, hizo entrega de sus premios Cóndor de Plata, en una fiesta que tuvo como escenario el Estudio Mayor de Canal 7.Fue una convocatoria a lo grande. Hubo más de veinte premios y cuatro conmocionantes homenajes, a Federico Luppi y Diana Maggi, al director de fotografía Ricardo Younis (si, el de "Los tallos amargos" entre muchas otras grandes películas nacionales) y la veterana periodista Clara Fontana.Estuvieron presentes, entre otros, el actual Secretario de Cultura de la Nacion, Jorge Coscia, la presidente del incaa, Liliana Mazure, el presidente del Sistema Nacional de Medios, Tristán Bauer, quienes juntos anunciaron un canal de TV digital que comenzará a emitir en 2010, dedicado exclusivamente a cine nacional, y numerosa gente de nuestra cultura e industria cinematográfica.

La noche, que se convirtió en la consagraciuón de Leonardo Favio y Aniceto como los ganadores absolutos (su película logró llevarse tres premios más que su anterior versión, de 1966, precisamente protagonizada por Federico Luppi.
Los premios de esta noche inolvidable fueron para:
Película: Aniceto
Director: Leonardo Favio
Actor: compartido entre Oscar Martínez, por El nido vacío y Jorge Marrale, por Cordero de Dios
Actriz: María Onetto, por La mujer sin cabeza
Actor de reparto: Gabriel Goity, por Un novio para mi mujer
Actriz de reparto: Malena Solda, por Cordero de Dios
Actor Revelacion: Hernán Piquín, por Aniceto
Actriz Revelación: Ana Celentano, por Las vidas posibles
Guión Original: Lucía Cedrón, Santiago Giralt, Thomas Philippon por Cordero de Dios
Guión Adaptado: Leonardo Favio, Verónica Muriel y Rodolfo Mortola por Aniceto
Guión de Documental: Juan Pablo Young y Pablo Zubizarreta por 4 de Julio-La Masacre de San Patricio
Documental: 4 de Julio-La Masacre de San Patricio
Fotografía: Alejandro Giuliani, por Aniceto
Montaje: Paola Amor, por Aniceto
Música: Iván Wyszogrod por Aniceto
Sonido: Iván Wyszogrod, por Aniceto
Dirección de Arte: Andrés Echeveste, por Aniceto
Vestuario: Mónica Toschi, por La cámara oscura
Cortometraje: El empleo, de Santiago Grosso y Patricio Plaza
Película Iberoamericana: Tropa de elite, de José Padilha (Brasil)
Película hablada en idioma extranjero: Persepolis, de Vincent Paronhaud y Marjama Satrapi (Francia/Estados Unidos)

Esa noche me tocó subir al escenario y dar la cara. Los papeles me hicieron una pequeñan trampa, la misma que el año pasado a mi colega Tomás Eloy Martínez. Por suerte rápidamente volvieron a su lugar.
El texto que leí es el que sigue:

Desde que nació la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina hace 67 años, el cine argentino ha sufrido idas y venidas, golpes políticos y económicos, censuras, persecuciones de todo tipo que, muchas veces, lo acorralaron hasta quitarle el aire casi por completo.
En los últimos tiempos venimos empujando por lograr que nuestra entidad vuelva a tener la actividad y representatividad que la hizo merecedora del reconocimiento público en sus mejores momentos.
Este año, en marzo, se cumplió medio siglo del primer Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de carácter competitivo, que nuestra entidad, una asociación profesional, organizó con la presencia de lo mejor del cine y de la crítica internacional de aquellos tiempos.
Esa podría haber sido la segunda y definitiva fundación de este club de amigos críticos. Pero no fue así entre otras cosas, por los mismos vaivenes que afectaron al cine en todo este tiempo. En suma una larga lista de sinsabores que se prolongó por décadas.
Más tarde, ya en democracia sufrimos proyectos que no funcionaron, porque nadie se atrevía a tomar una decisión política frente a la problemática del cine nacional.
Nos vemos ahora de cara al desafío de seguir adelante, a pesar de las crisis que también nos golpean, con el mismo espíritu de esos viejos clubes, un tipo de gestión que parece -y es- toda una patriada.
Lo hacemos impulsando la crítica seria y formadora de opinión, en medios periodísticos que no parecen convencidos de querer formar opinión sino manipularla, y dar prioridad a lo frívolo porque están convencidos, vende más.
Lo hacemos desde nuestro trabajo cotidiano.
En este último cuarto de siglo el Cine Nacional ha vuelto a vivir momentos más esperanzados que los de aquella larga noche. Sin embargo, aún siendo reconocido calurosamente en el exterior, seguía al desamparo de una ley que a la medida de las circunstancias lo respaldara no solo con buenas intenciones sino con políticas concretas fronteras adentro.
Más allá de esos ocasionales momentos con más futuro que presente, de los avances y también de algunos retrocesos, la ansiada consolidación de un modelo cinematográfico permitió que todo aquello vertido en la nueva Ley de Cine finalmente comenzara a hacerse realidad.
Una vez superada la gran crisis de 2001, el Cine Nacional comenzó a crecer y crecer, dando cada vez más y más acabadas muestras de que era una realidad por encima de coyunturas, de la revolución que significan los cambios tecnológicos en el registro y transmisión de imágenes, y que todo eso era posible.
En 2005 comenzaron a sentirse los reclamos de quienes hacen cine apropósito de la marginación de la producción de cine nacional de los circuitos de exhibición. Y surgieron reglas en ese sentido. En nuestra tradicional entrega de los Cóndor, expusimos nuestra posición acerca de la exclusión de nuestra entrega de premios y a fin de cuentas de casi todo el cine argentino de la pantalla chica.
Nuestra voz había sido finalmente escuchada. Las entregas de los premios Cóndor comenzaron a llegar a todo el país gracias al respaldo del Incaa y la TV Pública. En la actualidad, el proyecto oficial de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual promueve una cuota de pantalla de cine nacional en toda la TV.
La necesidad de contar con una cuota de pantalla de cine nacional en TV es una decisión esperada, y su presencia en la nueva ley, fundamental para respaldar de una forma decisiva al Cine Nacional y a sus autores en un medio que entra a las casas sin pedir permiso.
En la actualidad hay Cine Argentino en cantidad y calidad. Se ve en todo el mundo. Sin embargo, aquí y por esa persistente exclusión de la TV de aire, entre otros factores, no consigue hacerse carne con el público masivo. Frente a las pantallas hogareñas, ese universo tan vasto como teórico llamado público, solo puede elegir entre lo que se le ofrece dentro de un abanico cada vez menos diverso. En este sentido, hay una gran deuda.
Nuestro agradecimiento al apoyo de Jorge Coscia, el actual Secretario de Cultura de la Nación, a Tristán Bauer que ha puesto la gran casa que le ha tocado en suerte administrar a nuestra disposición, a Liliana Mazure que nos respaldó con un equipo maravilloso liderado por Carolina Silvestre, siempre preocupado porque las cosas salgan mejor, en suma a gente que merece nuestro respeto y nuestro agradecimiento en un mundo en donde tristemente el reconocimiento parece ser un gesto en vías de extinción.
Gracias Leonardo Favio por tu esfuerzo monumental y permanente lucha por un cine nacional y popular y a todos los que siguen tu ejemplo.
Estamos a un año del Bicentenario de la patria.
El apoyo del Incaa y la TV Pública al Cine Nacional y a los premios Cóndor de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, son un signo de los tiempos que vivimos, a pesar de todo, en la Argentina de hoy.
Una realidad que está a la vista de todos, desde la Quiaca hasta Ushuahia.
Sepamos aprovecharla. Sepamos defenderla.
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15 ago 2009

El secreto de sus ojos - Lejos de lo obvio

“El secreto de sus ojos” (Argentina/España, 2009). Dirección: Juan José Campanella. Guión: Juan José Campanella y Eduardo Sacheri, basado en la novela “La pregunta de sus ojos”, del segundo. Fotografía: Félix Monti. Montaje: Juan José Campanella. Música: Federco Jusid. Escenografía: Juan Cavia. Ambientadora: Laura Guaragna. Con Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Javier Godino, José Luis Gioia. 110’

Juan José Campanella creció. Difícil es crecer cuando detrás se tiene películas como “El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” o “Luna de Avellaneda”, todas pruebas contundentes de que se trata de uno de los pocos cineastas que consiguen hacer equilibrio entre arte e industria en un equilibrio que, a estas alturas logra conformar tanto a la crítica que prefiere lo masivo, como a aquella otra que sin lugar a dudas, opta por lenguajes más pretenciosos y discursos que requieren cierto trabajo extra por parte del espectador.
Campanella, esta vez de acuerdo a un relato del también periodista Eduardo Sacheri, logra convencer a unos y otros por igual, no obstante las objeciones que los adscriptos al cine más apto para festivales internacionales del tipo Berlín, Cannes o Rotterdam, hacen de su propuesta.
¿Por qué lejos de lo obvio? Es simple de llegar a esta conclusión, pero al mismo tiempo, algo complejo de explicar en pocas palabras. En “El secreto de sus ojos”, el director aborda diferentes géneros –el thriller, el policial puro y duro, el drama, el romance, incluso hay algunos fogonazos de comedia, usados como fusibles que dan un poco de aire a la tensión-, sin caer en lugares comunes. Sus personajes son arquetípicos, sin embargo no caen ni en lo repetitivo ni en lo caricaturesco. Hay un subrayado que roza lo político, pero con la única función de dejarnos en claro en que contexto estos personajes viven una circunstancia clave de sus vidas.
El protagonista es Esposito, un empleado de juzgado correccional penal instalado en el mismo Palacio de Tribunales que, como su colega Sandoval, son los habituales encargados de la tarea de campo. No parece ser un juzgado dedicado a casos difíciles, sin embargo, al mismo tiempo que allí se instala la joven abogada Irene Hustings con el cargo de fiscal, llega a ese ámbito un caso algo pesado: la violación seguida de muerte de una maestra. Aparecen entonces otros personajes. El joven viudo que parece encaminado a resignarse a lo ocurrido, no obstante piensa en que sería necesario dar con el homicida para que purgue en prisión de por vida, un comisario habituado a resolver este tipo de temas en forma abreviada y con metodologías fuera de la ley y , finalmente, tras una ardua y compleja investigación un posible sospechoso.
Cada uno de estos personajes se va despojando frente a la cámara de Campanella de a poco. Primero será Espósito, empeñado, dos décadas más tarde y jubilado un poco a la fuerza, en volcar lo ocurrido, tal como se creyó resolver en su momento, en una novela con la que piensa redimir la culpa de no haber alcanzado la meta de justicia y haber perdido en el camino parte de su vida y sus más genuinos afectos. Después será Irene, quien en todo este tiempo ha construido su vida personal, y la profesional, tal como su familia, seguramente, esperaba que ocurriera, no obstante sabe, que no es lo que realmente soñaba.

“Hemos vivido engañados”, parece que se dijeran en algún momento. Sin embargo, la clave, como en la rosa de El nombre de la rosa (de Umberto Eco, inspirado en Borges), está indudablemente en los ojos de ese viudo que no deseaba la muerte de quién le quitó lo que más amaba en la vida, sino su condena eterna. En esos ojos llenos de pasión pero también de enigma, Espósito encontrará no solo la respuesta de lo que realmente ocurrió, sino la clave de lo que le ocurrió a él mismo frente a esa mujer a la que nunca, hasta ese momento, se atrevió a encarar con sus sentimientos más puros.

“El amor en estado de pureza absoluta”. ¡Qué buena definición!. Es evidente, aquí nada es obvio. Estamos hablando de una intriga que corroe la existencia de un hombre que busca justicia y no la encuentra y de esa misma pasión que circula por las venas de un empleado bancario que decidirá irse a vivir y trabajar al pueblo de donde provino la mujer que fue su esposa, salvajemente asesinada, para encontrar la razón de su vida, esa justicia que la Justicia no pudo darle.
¡Qué buena metáfora!
Hace algunos años, apenas recuperada la democracia en la Argentina, me tocó entrevistar a Osvaldo Bayer en las oficinas –ya demolidas- de la empresa productora Aries, en la calle Lavalle al 1800, a raíz de la reposición tras la dictadura de “La Patagonia rebelde”. Bayer, pleno de lucidez se preguntaba si los familiares de los desparecidos y asesinados en los “años de plomo” vividos en las postrimerías del gobierno de Isabel Perón entre 1975 y 1976, y durante todo el Proceso generarían venganzas personales, en relación a la que servía de punto de partida, precisamente, a “Los vengadores de la Patagonia trágica”, el libro de historia en que se basó la película de Héctor Olivera. Me dijo Bayer que no creía en la posibilidad de que la gente busque una venganza personal, siempre y cuando una justicia auténtica condenara a los responsables de lo ocurrido. Bayer también me confesó que no creía que eso podría ocurrir con la UCR en el poder, dado que sin ir demasiado lejos, quien dio rienda suelta a la represión militar en el sur en la década del 20 fue un gobierno radical que no condenó a los responsables de los fusilamientos, ni mucho menos. En la actualidad vivimos un tiempo en el que se intenta hacer justicia, la que todavía se puede hacer, condenando a los represores que aún viven, por los crímenes de lesa humanidad de los que son responsables. ¿Qué podría suceder si eso no ocurre?.
En "El secreto de sus ojos" está la respuesta a lo que podría ocurrir si no hay justicia. En el secreto de los ojos, por ejemplo, de esos cientos de hijos a los que les arrancaron sus padres y de tantas mujeres a las que les han quitado a sus hijos e hijas, esposos… Nadie busca la revancha del ojo por ojo, pero si un signo de justicia. En la película de Campanella hay un mensaje político, no es obvio, como nada es obvio en un guión analizable desde diferentes perspectivas.
En toda la película hay un complejo enhebrado de pasado y presente, de recuerdos exactos e inexactos que confluyen, finalmente, en una verdad insoslayable.
Cada personaje aporta lo suyo.
El de Darín, un hombre acostumbrado a que las cosas le ocurran hasta que se convierte por decisión propia en protagonista, empreñado en descubrir qué tanto puede movilizar el amor a un hombre a buscar justicia, un remedio a su angustia inagotable, hasta descubrir que él mismo no puede renunciar a lo verdadero que guarda dentro de si.
El de Sandoval, que le permite a Guillermo Francella a mostrar su otra carátula actoral y dejar constancia de que se trata de uno de los actores más completos del cine, el teatro y la TV argentinos de hoy, un empleaducho acostumbrado a los sellos y los expedientes que quiso ser más pero no le dio para serlo y calma sus penas sumergiéndose en el alcohol, héroe casual pero real, finalmente anónimo de esta aventura detrás de pasiones de distinto tenor.
El de Irene, Soledad Villamil mejor que nunca antes, aportando estas tres versiones de Irene, la que llega joven con su abrumadora belleza y acomodada en busca de un buen puesto recién salida de algún posgradoue busca hacer buena letra, la que por un instante cree que puede hacer algo por la justicia pero las circunstancias la convencen que en circunstancias como esa hacer no queda otra que hacer la vista gorda y la tercera, madura, con una vida bastante desperdiciada entre el despacho y una familia modelo, que parece está dispuesta a patear el tablero de una vez y ser, finalmente, lo que hasta entonces reprimió.

Aparte de estas dos grandes construcciones dramáticas y la esperada sorpresa de Francella, hay en el film otras memorables actuaciones.
Una es la de Pablo Rago como el viudo que esconde el "secreto" de los títulos, también con dos etapas, la del hombre acongojado por su tragedia y, veinte años después, la del aparente resignado que insiste con que hay que terminar con lo que pasó y mirar para adelante, aunque por lo visto, lo suyo sigue siendo pura soledad. Rago, confirma lo que ya hizo en el teatro: no es un actor con cara de joven solo apto para romances de pantalla chica sino un actor dramático como pocos.
La segunda es la de José Luis Gioia, un humorista especialista en chistes algo gruesos que, de haber participado hace décadas en Mirame la palomita ahora sorprende con un comisario que interpreta con inusual convicción. Hay que dejar constancia que no fue Camapanella el responsable de la selección pero si de haberlo aceptado cuando el comediante se anotó en el casting que se hizo para el personaje, prueba que aprobó según cuenta el cineasta, con excelente calificación. Y Pablo Alarcón, además, como un juez de los que hay y muchos, que le viene como anillo al dedo.
Una revelación que también sorprende es, sin duda, el español Javier Godino en un difícil papel que consigue transmitir con unos pocos gestos y con su forma moverse y de hablar (porteña, a pesar de no haber sido doblado) la auténtica torva personalidad que le tocó construir. Godino viene de una interesante trayectoria en su país, en especial en comedias musicales de éxito, como “Hoy no me puedo levantar” y “A” y en cine, en “Besos para todos”, de Jaime Chavarri.
“El secreto de sus ojos” incluye, además de un impecable montaje que acompaña un ritmo que nunca decae (en "Luna de Avellaneda" Campanella demostró cierta afinidad por anticipar la sensación de final varias veces antes de llegar al concreto, un ardid que le permite sostener la tensión por ejemplo a lo largo de dos horas y media sin caer) un cuidadoso trabajo de encuadre, de construcción de cada plano y uno, memorable, que como el de “Ojos de serpiente” (Brian de Palma), quedará en la historia del cine, más que nada por su funcionalidad y su planificación utilizado diferentes recursos técnicos que no evidencian costura alguna, incluso en una segunda y tercera visión. Tiene como escenario la cancha de Huracán y dura cinco minutos y pico, una corrida que encabezan Darín y Francella que es un placer ver, analizar y comentar con todo aquel que viva el cine como una pasión. la construcción de la banda de sonido como si se tratara de una sinfonía aprpósito de los imposibles, compuesta por Federico Jusid, ayuda a dar al todo un tono entre nostálgico y melancólico, el mismo en el que discurre la trama.
Campanella conoce el cine norteamericano clásico y sabe como sacarle provecho. También conoce a sus personajes, la ciudad en la que se mueven, los códigos, el lenguaje, el esplín cotidiano. Está parado sobre la tierra y sabe dónde poner la cámara. El suyo es cine con mayúscula. Hay que ponerse pie para aplaudirlo.