4 may 2009

El cine en estado puro

Pocas veces el cine es realmente cine. El cine para ver, para engancharse, para conocer a un personaje sin lugares comunes, para pensar más allá de lo que se muestra. Esta es una de esas oportunidades.

La acción de la película tiene lugar en una sola mañana, más o menos en los 70 minutos que dura la proyección. Es como si se tratara de un único plano secuencia, una toma sin interrupciones, en la que la cámara sigue a un hombre cuerpo a cuerpo para registrar como lleva a cabo su plan. Este hombre, de quien no conocemos absolutamente nada se mueve con frialdad y actúa llevado por un deber. Por momentos parece que cualquier mínimo error puede hacerlo caer. Nos demostrará que es, a fin de cuentas, un ser humano y que, nada es tan simple como parece en principio. La cámara lo sigue a lo largo de toda la acción. El espectador se convierte en un testigo privilegiado de los momentos de ansiedad y desesperación que anticipan un final sorprendente, cargado de fuerza que va más allá de lo anecdótico de un par de asaltos: hay una realidad que está por encima de todos, y tiene que ver con la educación y la hipocresía de una sociedad que marca, cada día con mayor intensidad, las diferencias.
El asaltante marca el descubrimiento de un nuevo nombre importante del cine argentino de los últimos tiempos. Desde que Fabián Bielinsky sorprendió con sus dos únicas películas, porque la muerte lo sorprendió muy joven con un golpe de furca, no aparecía en la pantalla una propuesta tan necesaria de ver desde que este personaje sin mayores detalles sorprende con una actitud que nadie esperaba. A menos de diez minutos de comenzada la proyección Fendrik alcanza la altura que le permite sobrevolar el resto de la historia muy arriba.
No está solo. Para lograr que su propuesta se acerque a la perfección cuenta con un equipo tan compacto como ajustado al rigor de su puesta. El principal responsable de esta verdadera prueba de fuego es Arturo Goetz, que no deja un segundo de estar delante de la escrutadora cámara del director (solo acompañado por el sonido que el los lugares por donde se mueve y alguna que otra voz ajena), y consigue dar credibilidad a su personaje de forma memorable.
Fendrik recibió elogios y premios por este film en el exterior. Aquí recién consiguió estrenarlo dos años después de haberlo presentado en Cannes, y después de terminar su segunda película, La sangre brota, que también pasó por el considerado como el más importante de los festivales de cine del mundo. Vista una y otra resulta difícil comentar la primera dejando a un lado la tentación de adelantar algo de esta otra. Solo vale anticipar que si la primera es merecedora de un muy justificado aplauso, la segunda ratifica(rá) la idea que se está en presencia de uno de los más prometedores nombres del último cine argentino. Y esto, es importante decirlo en forma rotunda, tampoco ocurre con frecuencia.

Claudio D. Minghetti

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