7 ago 2008

CARMEN MAURA, EN PINAMAR


Carmen Maura está en la Argentina, pero esta vez no la trae ningún compromiso de trabajo. La invitación corrió por cuenta del encuentro argentino-europeo Pantalla Pinamar, donde el sábado la actriz fue premiada con el Balance de Oro, anteayer presentó La comunidad, la recordada película de Alex de la Iglesia, y preestrenó Reinas, la comedia en la que comparte cartel con Marisa Paredes, Mercedes Sampietro y la argentina Betiana Blum. Ahora está en Buenos Aires, una ciudad que “le gustaría estuviera a tres horas de distancia de Madrid”. Hoy, apenas anochezca, será la gran invitada internacional a la primera entrega de los premios Sur, que por primera vez otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina. “Me gustaría volver a hacer cine en vuestro país, donde tuve experiencias realmente muy buenas”, aseguró Maura, poco antes de partir con rumbo al bosque pinamarsense porque, dice entre sonrisas y suspiros, “me apasionan los bosques cercanos al mar”.
Maura habla con singular parsimonia y mucha gracia, dos características que a veces son claves en su amplia galería de personajes, en más de medio centenar de largometrajes. Refulgente, la actriz que fue dirigida por Pedro Almodóvar tras un paréntesis de casi una década en Volver, la película por la que fue premiada en Cannes con una Palma que compartió, precisamente con Penélope Cruz, Lola Dueñas, Blanca Portillo, Yohana Cobo y Chus Lampreave, habló incluso fuera de la rutina típica de cualquier entrevista, de su propia historia, de sus deseos.
Hace ya muchos años, Maura vive sola, con su perra Maggie. Al cumplir 19, apenas había terminado sus estudios secundarios en un riguroso y, según aclara “excesivamente represivo” colegio religioso, elegido por su familia de raíces conservadoras, contrajo matrimonio. Ahora, que ya es abuela y acostumbra, cuando puede, ir a buscar a su pequeña nieta a la escuela, afirma que “Estoy segura de que a diferencia de lo que ocurría durante el franquismo, hoy el tema de las relaciones prematrimoniales no asusta a nadie. Por entonces, entre los jóvenes, con suerte se llegaba al manoseo. En aquellos tiempos follar fuera del matrimonio era un delito, una trasgresión condenable en especial para las mujeres. ¡Si hasta te pedían el acta matrimonial para entrar a los hoteles!”.

Salir al ruedo
La joven Maura pensaba que casamiento era sinónimo de liberación. Sin embargo la realidad le mostró que estaba equivocada. Su matrimonio con un abogado “solo en apariencia muy moderno”, duró nada más que seis años. “Empecé a pensar que no servía para nada, que no sabía ni coser un botón, que todo me salía mal”, recuerda. Así, de regentear una galería de arte que su esposo le propuso como actividad cotidiana, Maura leyó un aviso de un grupo teatral que la entusiasmó, y salió al ruedo: pasó de la aburrida vida entre pinturas y esculturas, con la cuna de su segundo hijo a cuestas, al café concert y al teatro independiente porque descubrió que se trataba de “gente que hacía lo que quería y que incluso podía vivir de eso”. Su decisión fue así, de golpe. Una vez conocida por los suyos se convirtió en la oveja negra de su familia y en recuerdo para su esposo. Separada del padre de sus dos hijos, comenzó un nuevo capítulo de su vida, al principio complicado. Pero no bajó los brazos. No por nada una de sus frases más famosas dice que “he aprendido a sufrir relajadamente”.
Maura habría de pegar un salto del teatro y el cine, donde ya había hecho papeles más o menos importantes en una docena de películas incluso a las órdenes de directores respetados, a un ciclo de comedias para TV, y a un magazine periodístico-humorístico, 24 horas, “un programa de la democracia” en el que componía a una entrevistadora tan popular como audaz. Armada con cuestionarios mordaces, provistos por una troupe de libretistas que la guiaban con carteles (“Confieso que hacía preguntas mordaces incluso a políticos que se ponían rojos, aunque yo no supiera en verdad de qué estábamos hablando”, recuerda), se convirtió en una figura exitosa. Sin embargo, tras la experiencia que duró un año, (“El de la TV en directo fue el trabajo más difícil que hice. No soy periodista, respeto mucho esa profesión”, explica) prefirió volver a lo suyo antes de perderlo para siempre, esta vez al cine. Fue nuevamente de la mano de Almodóvar, un joven manchego muy provocador, protagonista de la movida madrileña, que consiguiría que su talento diera por fin la vuelta al mundo. Tras la Pepi, de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, y la Sor Perdida de Entre tinieblas, en 1984 llegó la desasosegada Gloria del clásico ¿Qué he hecho yo para merecer esto!!. Sin embargo, Maura recién habría de tocar el cielo con la punta de los dedos en 1988, al encarnar a Pepa, en Mujeres al borde de un ataque de nervios, por la que ganó el Goya. De allí en más, su historia es mejor conocida.

De Valentín a Volver
“Después del éxito de Mujeres…, me ofrecieron quedarme en Hollywood. Me explicaron que para hacer carrera allí había que ir a fiestas y todo eso, y a mi, que ya tenía cierta edad, eso no me apetecía: preferí quedarme en mi país, con mi tranquilidad. Les dije que si querían algo de mi, que no tenían más que llamarme y yo encantada. Pero como me llamaron para papeles mucho peores que los que me ofrecían en mi país, no. Una europea puede ir allí solo si lo hace muy defendida. Si me llama un cineasta independiente si iria, incluso a cualquier lado”, reconoce.
Desde que comenzó del siglo XXI, su relación con la Argentina fue creciendo. En 2001 y en teatro, compartió un escenario de la calle Corrientes en la comedia Bienvenida a casa, de Neil Simon, dirigida por Oscar Martínez, al tiempo que rodó junto a Enrique Pinti (“Un gran amigo, el mejor esposo que tuve en el cine”) Arregui, la noticia del día, de María Victoria Menis, que pasó casi desapercibida y, un año después Valentín, de Alejandro Agresti. De esta película le quedó un buen recuerdo del cineasta, una vez que descubrió el talento detrás del carácter, y uno mejor todavía de pequeño Rodrigo Noya, el protagonista que este año también fue estrella del ciclo Hermanos y detectives, “…que es un ser y un actor fantástico, dueño de un encanto y un talento increíbles. Me gustó mucho ser su cómplice”.
“Una película que tiene críticas buenas y premios, pero no la ha visto nadie, no sirve: que los cines donde dan mis películas estén llenos es el mejor premio que puedo recibir. Lo que más me divierte de una película es que den pasta, sentir que somos una industria. La nuestra es una profesión: no tienes que creer que eres la mejor del mundo porque recibes un premio, no que eres la peor por no recibirlo. No soy muy de juzgarme a mi misma. He hecho muchas cosas diferentes y nunca he sido muy exquisita, siempre me he dejado guiar por lo que más me divierte, que esté ambientada en el campo, con animales, o porque el director me cae bien. La persona que va a dirigirme no tiene que andar con rollos, para eso están los psicólogos. Cuando acepté trabajar con Pedro (Almodóvar), yo estaba en el Teatro Nacional, y todo el mundo me decía que me equivocaba, que era una ordinariez y, fíjate… Para mi ha sido mucho más complicada la vida que mi trabajo; mi carrera siempre ha sido una cosa divertida… He llegado mucho más lejos de lo que pretendía: para mi, trabajar como actriz no es subir a una montaña”, dice convencida.

Directores y trabajo

Maura la ha pasado bien a las órdenes de muchos directores, con Fernando Colomo, con Jaime de Armiñán, incluso con Carlos Saura (en la memorable ¡Ay Carmela!) y Alejandro Agresti, una vez que conoció sus particularidades, pero muy especialmente con dos bien trasgresores: Almodóvar primero, De la Iglesia muchos años después. Con el segundo, además de La comunidad, donde compuso un personaje que el director había pensado para un hombre finalmente adaptó para ella, hizo también 800 balas.
“Lo mejor que puedes hacer frente a una cámara es jugar, si vas con miedo, sale lo peor. Es como un baile. Con Pedro tuvimos diez años de cine, y cuando estábamos hasta las narices nos vino bien un descanso. Esta vez tenía un papel que a mi me convencía y me lo ha dado, pero no quiere decir que siga haciendo películas con él. Eso dependerá de que me de ese sitio. El papel que me dio en Volver es precioso y ha quedado muy bien. Al principio cuando lo leías, decías ¡pero coño, como vamos a hacer esto! Porque si ese papel no se lo creía la gente, era el ridículo más espantoso. Conmigo tiene una confianza enorme, sabe que soy muy obediente, que puedo hacer el papel que quiera y la verdad que en el reencuentro quedamos muy impresionados. Estaba acostumbrada a trabajar con él sin medios, sin catorce semanas, sin película para cincuenta mil tomas, y funcionábamos después de tantísimo tiempo exactamente igual. Ha sido un trabajo sencillísimo, muy cómodo, sin maquillaje”.
“Si me tengo que poner triste, finjo, porque ya suficiente tristeza en la vida, ¿no?. Para mi llorar es súper fácil, pero como no me gusta usar mis tristezas para hacer una película… Lo más difícil en una película es soltar una carcajada auténtica. Recuerdo muchas veces tener que aguantarme soltar las lágrimas durante un rodaje por un problema personal que”, asegura. “Hacer reír es más difícil. La comedia tiene un ritmo muy particular”, insiste. “En el drama hay muchas cosas que te ayudan a crear el clima, en la comedia no: a veces, los gags dependen de un gesto, de un segundo. Me fascina hacer reír a la gente”.

Claudio D. Minghetti

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